18 - Una sombra en Yrigoyen

Desde chico siempre observe al tren como algo fantástico. Y aunque solo lo usaba para ir de Burzaco, que es donde vivo, hasta Adrogué; nunca deje de sentir esos minutos de viaje como una aventura más que interesante.
Al crecer, mis horizontes comenzaron a expandirse y de a poco pude conocer todas y cada una de las estaciones del ramal “Glew” de la ex línea Roca.
Si bien yo comenzaba en Burzaco sabia que Glew y Longchamps venían antes que esta; luego seguian Adrogué, Temperley, Lomas de Zamora, Banfield, Remedios de Escalada, Lanús, Gerli, Avellaneda, Yrigoyen, y la famosa Constitución. Donde el aglomeramiento de gente era abrumador.
En mis aventuras sobre rieles me aprendí los nombres de todas estas paradas; también sabía ordenarlas correctamente, calculaba cuanto tiempo tardaba el tren entre cada una de ellas… Más tarde comencé a percibir la cantidad de gente que bajaba y subía de las formaciones, los colores de las paredes, los grafities, los murales, los olores. En fin, fui descubriendo sus personalidades. Cada una tiene una característica particular que la identifica y que a la vez la convierte en un lugar más o menos afín a uno mismo.
Siempre tuve simpatía por Remedios de Escalada, me parece la más linda de todas ellas; luego le siguen Banfield y Adrogué. Temperley y Lomas me hacen sentir cansado, agobiado; Constitución perdido, Lanús y Avellaneda me ponen nervioso. Gerli me hace reflexionar y Glew y Longchamps me reciben como extraño. Ahora bien…Yrigoyen… bueno…es aca donde comienza mi historia realmente, pues en esta particular estación yo siempre siento intriga, curiosidad. No puedo más que observarla e imaginarme quien es que pueda abordar en ese lugar. Pues nunca en mi vida de usuario de la ex línea Roca pude ver alguien que suba o baje del tren en ese sitio. Cada vez que ahí llegaba, y al abrirse las puertas, sabía que estaba en Yrigoyen por la sensación de desolación, por el enrejado, los bancos de cemento vacíos y unas plantas de hojas grandes y unos frutos en forma de estrella que se asomaban a los andenes.
Ni grafities, ni colores, ni olores…ni gente. Eso era lo más raro para mi…como no había gente?, porqué?...acaso nadie vivía en los alrededores?, nadie necesitaba ese medio de transporte para ir a sus trabajos?...muy raro…
La curiosidad por ver algún tipo de movimiento me llevo a asomar la cabeza entre las puertas del tren cada vez que se detenía en esta misteriosa estación. Miraba de un lado a otro pero siempre obtenía el mismo resultado…ver un desolado paisaje en tonos grisáceos, la planta de frutos en forma de estrella, y un silencio aplastante; todo un desanimo.
En uno de mis viajes estuve tentado de bajar yo y así romper de una vez por todas con ese aburrido panorama. Pero no me animé, o mejor dicho, sentí que esa no iba a ser la gracia del asunto.
La cuestión era ver otra gente, personas que circularan dándole vida al lugar. Eso era lo que acabaría rompiendo la triste nostalgia que bañaba a Yrigoyen, y no mi ansiedad por verla viva.
Mis viajes seguían transcurriendo siempre igual. De Burzaco hacia Constitución, contemplando en esa media hora (a veces un poco más), a cada una de estas pequeñas ciudades que albergaban a más o menos gente, a más o menos olores a más o menos colores. Cada vez pasaba por ahí, cada vez seguía mirando entre las puertas, cada vez veía las mismas cosas, cada vez escuchaba el mismo silencio.
Hace alrededor de un año atrás, llegando a Yrigoyen, me olvide por primera vez en mucho tiempo, de asomarme por entre las puertas del vagón. Venía leyendo y mi atención estaba centrada en unos apuntes de filosofía; cuando de repente…pude observar, que en ese piso gris lleno de un sol quemante, se asomaba una sombra recortada….parecía la cabeza de alguien, alguien que estaba bajando a aquella estación tan perdida, alguien a quien había estado tratando de ver hacia años. Y que por vez primera lo iba a descubrir.
Rápidamente alce mis ojos en busca de esa persona, pero las puertas me impedían ver con claridad así que me levante del asiento y saqué mitad de mi cuerpo fuera del vagón. Miré hacia ambos lados sin divisar nada, pero la sombra seguía allí…volví a girar la cabeza, y en ese momento pude verlo….era el guarda, o “chancho” como siempre lo llamé. Había sacado un pié afuera del tren y con la misma curiosidad con la que yo miraba en cada viaje se percato de que no hubiese nadie e hizo sonar su silbato, dándole la señal al maquinista de que en esa estación ya no subían ni bajaban pasajeros.
Fin.

_______Edef Kramien.

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