08 - Yrigoyen, otra vez

_____Tranquilo… despertá, respirá.

_____Abro los ojos, encandilados con el brillo del sol de la mañana, que se cuela por entre las ventanas de un tren abarrotado de gente. ¿Es esto morir? Me encuentro sentado. A mi lado un señor de traje lee el matutino. En frente, dos viejitos conversan sin hablar. Dolor en el cuello, en la espalda, en el resto del cuerpo. Reconozco el paisaje. Inmensidad.

_____Alzo la vista. El murmullo lejano pero constante, no da lugar a palabras. No me animo a preguntar ni mucho menos pretendo saber. ¿Dónde estoy? De repente, el tren que a su apurada marcha viajaba en dirección desconocida, comienza a desacelerar su paso, con intenciones de detenerse. El esfuerzo es mínimo; lo logra. Las puertas se abren de par en par. Las almas desesperadas del exterior, se apabullan en el intento de colarse en los huecos que las almas del interior dejan. Pocos lo alcanzan.

_____Solo me limito a observar. Afuera, un cartel: “Avellaneda”. Suena a lo lejos un silbato. El sonido se pierde entre los gritos. La desesperación es mucha. Las puertas se cierran. El caos queda en el olvido y afuera, las almas excluidas me observan y se retuercen. Estremece el sonido del tren acelerando. La película vuelve a correr. Todo vuelve a la normalidad.

_____Supongo que entonces es tiempo de preguntar. Giro mi cabeza, y solas las palabras encuentran destino: “¿La próxima señor?”. El hombre de traje baja el periódico. Me mira. “Yrigoyen” dice, sin hablar. De pronto me ubico. Solo dos estaciones me separan de mi destino. Algo distante aún, pero cercano si se quiere.

_____Miro a través de la ventana. El cielo está casi nublado. Se filtran por entre las nubes, unos pocos rayos de sol que intentan penetrar mi retina. El brillo me lastima. Un poco de frío, nada normal. Pasan unos minutos, y el tren comienza a desacelerar su curso nuevamente.

_____Llegamos. Se abren las puertas. Ningún alma espera afuera. Nadie baja. Se produce un silencio que corta con el bullicio; se hace presente de una manera sumamente inquietante. El andén está completamente vacío. El cartel de Yrigoyen es símbolo de soledad absoluta. Suena el silbato. Las puertas se cierran, y entonces me relajo. Cierro los ojos. Poco a poco, el sonido del tren en marcha comienza a alejarse. Poco a poco, el murmullo se apaga. Reina en mí una paz interior indescriptible.

_____Tranquilo… despertá, respirá.

_____Abro los ojos, encandilados. A mi lado el mismo señor de traje aún lee el matutino. El tren comienza a frenar. De golpe, el cartel de Yrigoyen se hace presente. Me sorprende. Miro con extrañes, y estamos arribando a la estación. Llegamos. ¿Yrigoyen otra vez? Las puertas se abren. Nadie sube, nadie baja. Aún sin entender, sólo me limito a observar. Suena un silbato. El tren retoma nuevamente su curso.

_____Procuro entonces esta vez no dormirme. No me animaba a interrogar sobre lo que acabó de suceder. Refriego mis ojos y me es imposible comprenderlo. Afuera el mismo brillo del sol por la mañana. Seguimos, adelante. Pasan unos minutos, y el tren comienza nuevamente a frenarse. Llegamos… pero ¿Yrigoyen otra vez? Me exalté. Las puertas se abren. Nadie sube, nadie baja. ¿Cómo puede ser?

_____Miro al señor de traje que sigue leyendo su matutino como si nada sucediera. “¿La próxima señor?”. El hombre de traje baja el periódico. Me mira. “Yrigoyen” dice, sin hablar. Pero estamos en Yrigoyen. Acabamos de pasar por Yrigoyen. Otra vez. El señor vuelve a su lectura, yo permanezco inmóvil. El silbato suena de nuevo. El tren arranca.

_____No dejo de mirar al cartel de Yrigoyen alejarse. Vuelvo mi mirada sobre la gente, que ahora es más que antes en cantidad. El murmullo continúa. Nadie se ha percatado de lo sucedido, nadie lo ha notado. Me tranquilizo. No puede ser real lo que acaba de acontecer. Pasan los minutos. El tren continúa su desplazamiento. De repente, comienza nuevamente a frenar. Por fin, llegamos… ¡No! ¡No llegamos! ¡No puede ser! El tren se detiene. El cartel de Yrigoyen yace a mi lado, presente, inmóvil. Me atemoriza. Las puertas se abren. Nadie sube, nadie baja. Seguro que ahora suena el silbato. Nadie hace nada, no puede ser.

_____Me levanto impulsivamente. Atropellando a quien tengo adelante, salgo por la puerta. A lo lejos veo al guarda. Suena el silbato. Las puertas se cierran. El tren se va. Las almas del interior me miran inquietadas por mi reciente actitud imprudente e impulsiva. Yo, quedo solitario en el andén y observo al tren marcharse.

_____Camino. Solo, muy solo. Me dirijo hacia un banco y me siento. El silencio es absoluto. ¿Yrigoyen? El cartel yace a mi lado, presente, inmóvil. No puedo siquiera mirarlo. El corazón me late como si se partiera en mil pedazos. Nunca había bajado en esta estación. Me extraña. Siento como si la hubiera conocido de toda la vida.

_____Me incorporo. Camino hacia uno de los extremos del andén. Observo, mudo, no emito sonido alguno. Camino hacia el otro extremo. Observo hasta el más mínimo detalle. Nada raro, nada inusual. Pasan varios minutos, largos, largos minutos. Qué lento que pasa el tiempo.

_____De repente, a lo lejos veo venir un tren. Su apresurada marcha disminuye a medida que se acerca. Me tranquilizo. Frena. Las puertas se abren. Nadie sube, nadie baja. No, yo subo. Me cuelo en los huecos que las almas del interior dejan. Logro alcanzar un asiento que misteriosamente se encontraba vacío. Suena el silbato. Las puertas se cierran. No puedo dejar de mirar por la ventana, temeroso, el inquietante cartel de Yrigoyen que se aleja a medida que el tren avanza.

_____Me relajo. ¿Habrá sido solamente un sueño? ¿Un espejismo? Miro a mi lado, una cara se esconde tras un periódico. En frente, dos viejitos conversan sin hablar. “¿La próxima señor?”. El hombre baja el periódico. Me mira. “Yrigoyen” dice. Me inquieto. Empiezo a gritar. Algo raro le sucede a mi voz. No tengo voz. Grito, pero no hay sonido alguno. La gente a mí alrededor no se altera, no me escucha. Sin embargo yo pido a gritos que me dejen salir.

_____Llegamos a la estación. El cartel de Yrigoyen, otra vez. Las puertas se abren. Intento salir, intento bajar, pero no puedo; no puedo ni levantarme del lugar donde estoy sentado. Mis piernas no reaccionan, mi cuerpo no reacciona. Quiero moverme, lo intento, pero no puedo. Una vez más el dolor vuelve, en el cuello, en la espalda, en el resto del cuerpo; como vuelvo siempre al mismo lugar, al mismo momento, donde todo comienza, donde todo termina.

_____Tranquilo… despertá, respirá.

_____Abro los ojos, encandilados. ¿Es esto morir?

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_____Rober Sant
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