11 - A mí, Yrigoyen me la contaron

_____ Empecemos por sincerarnos. La verdad es que nunca estuve ahí. No conozco sus andenes ni su desfile de vendedores de fantasías. Jamás crucé miradas cómplices con boleteros sorprendidos por mi osadía, ni desafié al tiempo ni al destino y mucho menos a la vida en un intento loco, desesperado y extrañado por pisar su sacrosanto suelo.
_____ Dicho esto, voy a sorprenderlos con una confesión: Conozco el secreto de Yrigoyen. Es el secreto mejor guardado de una ciudad que, cansada de no tener de qué reírse, se animó a desafiar a su triste y melancólico destino tercermundista y decidió reírse de ella misma, de su gente.

_____ Pero arranquemos desde el principio.


_____ Soy una eventual pasajera de la línea Mitre que une Retiro con Tigre y un sábado hace no tanto, me disponía a tomar el tren en la estación Nuñez con destino final: día de asado y sol a la vera del delta. Libro y bronceador en mano y ajena al mundo circundante me senté en uno de los bancos.


_____ - Piba, piba…! – alguien susurró muy cerca de mí. Con sorpresa di vuelta la cabeza y lo vi. Un anciano de esos milenarios: larga barba, ojos sabios y vestido con andrajos. Estaba sentado contra una de las rejas a escasos metros de mí, por lo que me extrañó no haber notado su presencia antes.

_____ - Tengo el mapa para entrar, - me dijo.
_____ Lo miré. - ¿Me habla a mí?, - le pregunté extrañada y convencida de que el mensaje tenía un destinatario diferente.
_____ - Tengo el mapa para entrar, - repitió. - Para entrar a Yrigoyen, ¿no es eso lo que querés? – Dijo señalando el libro que yo abrazaba que no tenía nada que ver con ningún Yrigoyen, a menos que a Hipólito (necesité darle un nombre al anciano y me pareció que lo pintaba de cuerpo y alma) “El arte de amar” de Eric Frohm le trajera recuerdos radicales de tiempos mejores.
_____ - Yrigoyen??? El presidente???
_____ - No, piba, escuchame bien. Te digo de la estación, del tren…

_____ No tenía idea de lo que me estaba hablando. Ni la tuve hasta mucho tiempo después, pero lo miraba casi hipnóticamente y absorta en sus palabras.

_____ Escuché a lo lejos la sirena del tren que se acercaba. Como en una película, no quedaba mucho tiempo. Empezaba la cuenta regresiva. De repente, sentí la necesidad de que me contara todo lo que sabía de un Yrigoyen que no conocía y de un misterio y un mapa que me resultaban ajenos, aunque no sabía por qué; sin embargo, Hipólito parecía no notar el apuro, ni el movimiento de la estación, como si la ida y venida de los trenes fuera un acontecimiento tan cotidiano que casi le era indiferente.
_____ - Mirá piba, no puedo hablar mucho, aquí hasta las durmientes oyen. Sólo te puedo decir que no hay que ignorar lo que se presenta como obvio.
_____ Y dicho esto el anciano me hace un gesto señalando al vendedor de mentitas que se disponía a subir al tren que, a esta altura, ya entraba en la estación.
_____ -¿El vendedor? – pregunté - ¿Qué pasa con él?
_____ -Con ellas, - me contestó señalando el bolso lleno de mercadería.
_____ Miré al vendedor de arriba a abajo con mi mejor cara de incrédula y desconcierto y cuando volví a mirar a Hipólito, ya no estaba ahí. Todo fue cuestión de un instante. Corrí para evitar que el tren me dejara de pie, sola y desorientada.
_____ En ese momento no entendí lo que me había querido decir, pero hace no mucho me topé con el mito de la estación Yrigoyen y mágicamente todo encajó.


_____ La respuesta está ahí, en todos lados, en cada historia, en cada anécdota. Puede ser una lotería, pero está ahí, tan cerca, a sólo $1 las tres cajitas.


_____

_____ Andreuchia

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